jueves, 19 de julio de 2007

El artista como asesino



“El Perfume” de Patrick Süskind se puede interpretar también como la metáfora del artista. Descubrir el propio talento, único y aterrador. La necesidad de sobrevivir al uso social que exige la obediencia al sistema. De pronto, la certeza de que, sin disciplina, no hay ninguna oportunidad de desarrollar el propio arte. Estas son algunas de las fases que podemos distinguir en el nacimiento y formación del artista. Y entonces aparece la obsesión por lograr la obra perfecta o, al menos, llegar hasta el límite, ese límite siempre móvil, más allá de todas las convenciones, más allá de nuestra ética de buenos ciudadanos. ¿Y si la creación máxima demanda inmolaciones? ¿sacrificios humanos? Así el artista se convierte en asesino, en el asaltante cósmico. Sin importar el precio, la obra debe constituirse, debe llegar a ser y, si es preciso, la firma será con sangre, la propia, la de otros. Las preguntas son antiguas: ¿la obra de arte debe obedecer a ciertos imperativos éticos? ¿Hay ciertos límites imposibles de traspasar? Preguntas que contestar y compartir, como una manera de explorar lo que somos.